domingo, 16 de junio de 2013

Como niños

Entonces le llevaron unos niños para que pusiera las manos sobre ellos y pronunciara una oración. Los discípulos los reprendían. Pero Jesús dijo: ---Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, pues el reino de Dios pertenece a los que son como ellos. (Mt. 19, 13-14)

Corretea y gatea por el pasillo de casa, juega y aprende en el parque con los mayores, pide lo que necesita sin rubor, se queja cuando algo no comprende o no le gusta, se maravilla y le parece un milagro la cosa más simple que le regala la vida. Y sobre todo ríe y sonríe.
La mirada de un niño es no sólo un espejo donde reflejarse, sino también un gran estímulo para ver la vida a su manera.



¿Cuántas veces nos ponemos límites a nosotros mismos? ¿Cuántas veces lo cotidiano nos impide ver las maravillas que nos rodean? Incluso... ¿cuántas veces nos reímos en lo cotidiano?



E incluso hay algo que aprender en la manera en que un niño trata con su padre. Es verdad que la incosciencia, el capricho, la rabieta-pataleta, la incomprensión y hasta la idolatría son actitudes que nos alejan de una relación de amor verdadero con nuestro Padre. Aún así, hay algo de auténtico, de genuino, de Espíritu, entre la relación entre un hijo y sus padres que es modelo a seguir.

Quizás sea un amor que no conoce límites. Quizás sea una confianza ciega que puede cualquier miedo. Quizás sea una libertad que surge del corazón. Y de ahí brota el pedir desde lo más hondo, el gritar en contra de lo que nos duele, el ir de la mano a pesar de la caminata. Y de ahí brotan los abrazos, las caricias y los besos más auténticos.

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