martes, 17 de septiembre de 2013

En tu barca 3: Hacia el horizonte

Navegar. Surcar. Avanzar. 

Lo reconozco, soy de tierra adentro, y moverme en términos náuticos me resulta incómodo. Y además, el mar me da miedo. Esa masa de agua que inunda la tierra y yo, no somos muy compatibles.
Miedo a ahogarme en ella, miedo a hundirme, miedo a no estar en mi hábitat, miedo, miedo, miedo...




Adentrarse en el mar es asumir que ya no dependes tanto de tí mismo.
Adentrarse en el mar es reconocer que entras en un terreno más imprevisible, aleatorio.
Adentrarse en el mar es también dejarse abrazar y llevar por mareas, corrientes, vientos.
Adentrarse en el mar es dejar lejos la orilla, la seguridad, la tierra firme.
Adentrarse en el mar es vislumbrar únicamente la propia barca, el cielo y el agua.
Adentrarse en el mar es necesario para salir.
Adentrarse en el mar es necesario para llegar.
Adentrarse en el mar es...

Confiar. Amar. Avanzar.

Guíame, Señor, mi luz,
en las tinieblas que me rodean,
¡guíame hacia delante!

La noche es oscura y estoy lejos de casa:
¡Guíame tú!
¡Dirige Tú mis pasos!
No te pido ver claramente el horizonte lejano:
me basta con avanzar un poco...

No siempre he sido así,
no siempre Te pedí que me guiases Tú.
Me gustaba elegir yo mismo y organizar mi vida...
pero ahora, ¡guíame Tú!

Me gustaban las luces deslumbrantes
y, despreciando todo temor,
el orgullo guiaba mi voluntad:

Señor, no recuerdes los años pasados...
Durante mucho tiempo tu paciencia me ha esperado:
sin duda, Tú me guiarás por desiertos y pantanos,
por montes y torrentes
hasta que la noche dé paso al amanecer
y me sonría al alba el rostro de Dios:
¡tu Rostro, Señor!
(Henry Newman)



Sin amarras (ixcís):

Es tiempo de partir,
es tiempo de arriesgar,
es tiempo de vivir,
es tiempo de marchar.

No hay que mirar atrás,
sólo hacia el ancho mar.
Guíame, tú, Señor.
No quedan amarras ya,
no quedan amarras ya.

Sal de tu tierra ya,
no hay que mirar atrás.
Guíame, tú, Señor.
No quedan amarras ya,
no quedan amarras ya.

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